domingo, 7 de febrero de 2010

CON CERTEZA

Anoche la vi. No había cambiado, como si estos tres largos años no hubieran pasado por ella. Allí estaba, menuda e inquieta, con su inmensa dulzura, con esos ojos grandes y vivarachos que tímidamente lo examinan todo. Vestía uno de sus trajes como si hubiera sido ayer. Y entre sus brazos llevaba un muñeco que agarraba fuertemente.
Entonces, esperé escuchar su voz con alguna de aquellas sorprendentes preguntas que me dejaban helada. Pero no hubo palabras. No me reconoció. Sólo deseaba abrazarla y decirle cuánto la había echado de menos. Que "ya estaba en casa". Pero salió corriendo a refugiarse con su madre.
Fue ahí cuando desperté sollozando de alegría y me di cuenta que todo había sido un sueño. Un sueño que ahora sé con certeza que un día será realidad.