sábado, 9 de mayo de 2009

ERRORES QUE NO SON NUESTROS

Hace poco estuve pasando unos días de vacaciones con mi familia. El segundo día, en la cena, un camarero se me acercó y me dijo, increpándome, que sabía quién era yo. Que era sobrina de doña Marina, una conocida maestra de mi ciudad natal. Cuando le contesté afirmativamente me dijo, mientras seguía haciendo su trabajo pero sin dejar de mirarme en ningún momento, que nunca se olvidaría de lo que le había pegado aquella mujer. Era como si de alguna manera me estuviera haciendo culpable de todo ese sufrimiento guardado desde su infancia. Me quedé gélida unos segundos, sin saber qué decir, mientras aquel hombre no dejaba de mantener impávida su mirada. Al momento pude a penas reaccionar. Sólo se me ocurrió decirle que yo tampoco lo olvidaría. Era un intento de explicarle que, como él, también había pasado por aquella pesadilla y que el lazo familiar que me unía a esa persona no me hacía responsable de su proceder y que, por el contrario, sí me hacía su víctima.
No es la primera vez que me pasa algo parecido. Supongo que hay gente que ha marcado de por vida y que no pueden reprimirlo. Es como si dirigiéndose a mí se liberaran de parte de la carga que llevan dentro.
No podemos condenar a las personas por errores cometidos por otras. Todos tenemos familias y todos sabemos que dentro de ellas podemos ser muy diferentes. Tanto que, como en este caso, jamás reconocerían un atisbo de similitud que no fuera el mero vínculo sanguíneo. Y toda semejanza que te une con orgullo con unos, te separa del resto.

No hay comentarios:

Publicar un comentario